La música adquiere un carácter pedagógico. Su función no se resume en sustentar un cuerpo doctrinario discursivo en sí mismo, sino a través del poder de su propia vibración abrir nuestro espíritu a ese sentimiento inefable de bienaventuranza que sólo ocurre cuando la consciencia se funde con la existencia.

Los himnos ocupan un lugar destacado en la Doctrina del Santo Daime junto a la bebida sacramental. A través de los himnos todos reciben la orientación necesaria para navegar en la fuerza del Daime durante la sesión. Por una extraña sincronicidad ellos parecen, a la luz del Daime, corresponder a nuestras mismas necesidades durante el viaje astral de la "miración".

Los himnos pueden ser, por tanto, lecciones preciosas para aquellos que los reciben; testimonio de gracias y curas recibidas; llamadas de entidades protectoras y guías espirituales, además de instrucciones para ser consideradas por toda la hermandad.